BUSQUEMOS A DIOS SIN CESAR, EN TODO MOMENTO DE NUESTRAS VIDAS, DEBEMOS INSISTIR EN BUSCARLO:
LLAMANDOLO, TOCANDO A SU PUERTA, ESPERANDO CONFIADAMENTE EN ÉL
LOS HIJOS DE DIOS VIVIMOS DE LA ESPERA EN LA FE
La fe de los Hijos de DIOS es aquella que vive de la espera en la palabra y la promesa del Señor. Un cristianismo que no aguarda, que no espera en fe, a lo más podría ser definido como ética, compromiso político, humanismo, ideología, pero no cristianismo, pues la espera en fe es la marca y el sello del cristianismo. Es la espera de Adán y
Eva para que la tierra
cultivada con esfuerzo y sudor produzca finalmente la cosecha y frutos; es la
espera de Noé por la lluvia que Dios había prometido; es la espera de Abraham
dejando Ur de los Caldeos y aguardando que Dios le revele finalmente su
paradero final, y luego que dé cumplimiento a la promesa de un hijo propio,
nacido de la unión con su ya anciana esposa, por medio del cual su herencia
sería incontable como las estrellas de los cielos; es la espera del mismo
Abraham llevando al hijo de la promesa Isaac, a tierra de Moriah, para ser
sacrificado según el mandato de Dios, confiando en que Dios seguiría siendo a pesar
de esta terrible orden fiel a su promesa; es la espera de José durante sus
largos años en la cárcel para que Dios se acordara de él y lo libere de esa
injusta condición; es la espera del pueblo hebreo esclavizado en Egipto para
que Dios escuche su clamor y lo libere de aquella dura servidumbre; es la
espera de Moisés en que Dios lo capacitaría y confirmaría para llevar a cabo
tal enorme misión de constituirse en el libertador de aquella nación; es la
espera de Josué en que Dios lo capacitaría para continuar la labor de Moisés,
en fin, es la espera de los Jueces para que Dios por medio de ellos libere al
pueblo de sus opresores, de los Profetas para que Dios cumpla por medio de su
predicación lo que ha prometido hacer; es la espera de los judíos exiliados en
Babilonia para retornar por fin a su tierra; es la espera de Juan el Bautista
por el Mesías de Israel, y es también la espera de la iglesia de todos los
tiempos aguardando el retorno glorioso de Jesucristo.
CUANDO
LA ESPERA ES TORMENTO DEL CORAZÓN: Y, sin embargo, aunque en todos
estos casos se ha tratado de una espera firme y segura en aquel Dios que no
miente y que cumple siempre sus promesas, con todo, hay momentos en que el
cumplimiento se dilata, la respuesta se demora, y entonces nuestra espera
lentamente desespera, o como dice nuestro texto de Proverbios 13: 12, se
convierte “en tormento del corazón”: Es la espera de quien sufre tal vez una
penosa enfermedad, una dolencia crónica, que prácticamente le inhabilita para
desarrollar una vida normal, que vive entre consultas al médico y el consumo de
múltiples medicamentos y tratamientos, que ha gastado prácticamente todos sus
recursos económicos para costear su padecimiento, confiando en que Dios pondrá
su mano sanadora en su cuerpo o al menos le dará un alivio, y nada al parecer
mejora, es más, la dolencia empeora; es la espera de quien no deja de rogar
para que Dios restaure su matrimonio, por un hijo o familiar cercano para que
se vuelva a Dios, y lo único que observa es que su relación matrimonial se
deteriora más, y que aquel ser querido cada día se torna más rebelde a Dios; es
la espera de aquel que busca una oportunidad de trabajo cada día, envía
currículums, se presenta a entrevistas, pero nadie le llama, no consigue
ninguna plaza laboral, y así, podríamos continuar largamente, es, en
definitiva, la espera de quien ve que la respuesta de Dios se tarda, se dilata,
no llega, y se transforma “en tormento del corazón”.
LA FRUSTRACIÓN DE LA ESPERA: Podemos
responder de mejor manera ante el dolor, la dificultad, la aflicción, cuando
sabemos que estos tendrán un pronto fin, y vemos la mano de Dios interviniendo
de alguna manera. Pero cuando la espera se alarga en el tiempo y nos parece que
Dios está ausente, corremos el serio riesgo de experimentar una crisis en
nuestra fe, aquel “tormento del corazón” al que se refiere el texto de
Proverbios. Si acudimos al libro de Job, particularmente a su primer capítulo,
veremos que al inicio de sus tragedias éste responde de un modo
extraordinariamente ejemplar a lo sucedido:
Entonces Job se levantó, y rasgó su manto, y rasuró
su cabeza, y se postró en tierra y adoró, y dijo: Desnudo salí del vientre de
mi madre, y desnudo volveré allá. Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de
Jehová bendito. En todo esto no pecó Job, ni atribuyó a Dios despropósito
alguno (Job 1, 20-22).
EL CASO DE JOB: Sin duda, una
encomiable forma de responder a la tragedia y a la aflicción. Job no culpa a
Dios, no se rebela ante él por las terribles pérdidas que ha sufrido, solo se
postra, se humilla, adora a Dios, y reconoce que sin importar lo que suceda,
Dios merece ser alabado, bendecido, porque él es Dios, y nosotros simplemente
sus creaturas. Y, sin embargo, conforme el calor de la prueba y la aflicción se
alarga, se agudiza, y Dios parece esconder su rostro, estar ausente, no dar
respuesta a sus hirientes preguntas, Job entra en crisis, su inicial actitud de
espera paciente en Dios comienza a transformarse radicalmente en “tormento de
su corazón”. En los capítulos siguientes nos encontramos con un Job que derrama
abiertamente y sin tapujos toda su amargura, su frustración, su decepción,
llegando incluso y en su mismo dolor a proferir juicios contra Dios que si los
dijera cualquier creyente hoy en día diríamos que blasfema, que nunca se ha
convertido, que no conoce a Dios. Así, por ejemplo, Job llega a sugerir incluso
en ciertos pasajes del libro que Dios es un Dios cruel, que se goza del
sufrimiento de sus creaturas. Un Dios indiferente al dolor de estas. Un Dios
que premia al perverso, pero, en cambio, que olvida al justo, y no sólo esto,
sino que lo acosa, lo maltrata, no le da tregua.
HEMOS HECHO TODO LO CORRECTO Y AÚN NO HAY
RESPUESTA: Déjeme preguntarle: ¿Se ha sentido Ud., alguna vez
decepcionado de Dios por no haber respondido a su clamor cuando más necesitaba
de su intervención? ¿Ha llegado a pensar que Dios es indiferente a sus
necesidades, que no le importa su dolor, o que incluso es un Dios cruel? ¡Hemos
hecho todo lo que un creyente se supone debe hacer en nuestras aflicciones,
pruebas, dolores! Hemos orado intensamente, hemos creído con fe en que Dios
responderá, no hemos dejado de participar de la comunidad, hemos intentado
tener la mejor actitud, pero, aun con todo, el cielo parece de bronce, Dios
parece estar muy lejano y distante, esconderse. Y, entonces, al igual que en el
caso de Job corremos el serio riesgo llegar a dudar de que realmente Dios esté
interesado en nuestra vida, que le interese nuestra aflicción y, en
consecuencia, llegar a decepcionarnos de él por no dar respuestas a nuestras
sinceras y tan legítimas peticiones. Si Dios es un Dios de amor, y a la vez
soberano, como se nos enseña, decimos: ¿Por qué entonces no responde a nuestras
oraciones y nos somete a una tan larga, hiriente y dolorosa espera? Y es que:
“La esperanza que se demora es tormento del corazón; pero árbol de vida es
deseo cumplido”, dirá nuestro pasaje de Proverbios.
¿Por qué la espera desespera al punto de llegar a
transformarse en tormento del corazón?
SUJETOS
AL TIEMPO, EL ESPACIO Y LOS SENTIDOS: La primera razón en que puedo
pensar acerca del porqué nos cuesta tanto esperar en Dios, y mientras más se
alarga la espera y la respuesta no llega correr el evidente riesgo de
experimentar una profunda crisis, desesperarnos, incluso frustrarnos con Dios,
sea el hecho de que somos seres limitados en el tiempo y el espacio. En efecto,
no poseemos la mirada de Dios que lo cubre todo, no nos podemos adelantar al
futuro, para ver el desenlace final de nuestra vida. Nuestra percepción de la
realidad es limitada, fragmentada, sólo podemos vivir una sola pieza a la vez
de este gran rompecabezas que es la vida, y entonces cuando nos golpea el
dolor, el infortunio, la aflicción, el tiempo se alarga y no hay respuestas,
podemos llegar pensar que lo que nos ocurre no tiene sentido, propósito, que
nuestra vida es un sinsentido, y que quizás siempre quedaremos en esta misma
condición de aflicción, abandono, silencio de Dios.
PROPÓSITO Y SENTIDO: Decíamos que
somos seres limitados por el tiempo y el espacio, pero además nos conducimos en
la vida a través de los sentidos, de aquello que podemos ver, tocar, oler,
gustar, y entonces, en medio de la espera se nos exige confiar en un Dios al
que no podemos ver, que no podemos tocar, que no podemos oír, en el que solo
debemos creer por fe. Si somos verdaderamente honestos, tendríamos que
reconocer que a veces parece una verdadera locura seguir creyendo en Dios,
esperando en él, cuánto más Dios parece escondido, distante, y lo único
realmente concreto que sentimos, vemos, experimentamos es la aflicción, el
dolor, el problema que nos afecta, la espera hiriente. Los sentidos son el gran
enemigo de la fe, pues solo la fe puede ver en aquello que para nuestros
sentidos no es más que derrota, fracaso, olvido, a Dios actuando y obrando con
propósitos eternos. Es por esto también que el apóstol Pablo nos recuerda en la
2 carta a los Corintios 5: 7: “Porque por fe andamos, y no por vista”. Pero
andar por vista es lo natural, andar por fe lo sobrenatural, lo que desafía
nuestros sentidos, nuestras limitaciones de tiempo y espacio.
ADELANTARNOS A DIOS: Y ya que somos
seres limitados por el espacio y el tiempo, y sujetos a nuestros sentidos
corremos también durante los largos tiempos de espera no solo el riesgo de
desesperarnos, enojarnos con Dios, sino también intentar procurar nuestras
propias soluciones, nuestras propias maneras de medicar nuestro dolor, en otras
palabras buscar nuestras propias formas de “apurar a Dios”, aunque con aquello
no hagamos más que agudizar más el dolor, alargar el tiempo de espera y
aumentar todavía más los problemas. Recordemos, por ejemplo, a Abraham, el
“padre de la fe”, que al ver que los años pasaban y la promesa que Dios le
había hecho de tener un hijo propio con Sara no se cumplía, no encuentra nada
mejor, presionado por su propia esposa, de tener un hijo con su sierva, Agar, y
así acortar ese tiempo hiriente de espera, con el resultado de dar a luz a un
niño que no era hijo de la promesa, y que luego se constituiría en un pueblo
que será una espina durante toda la historia de Israel. Recordemos el caso de
Saúl, que presionado por los filisteos, y el propio pueblo de Israel que
desertaba ante el enemigo, y viendo que el profeta Samuel se retardaba, decide
él mismo ofrecer holocaustos, atribuyéndose funciones que no le correspondían y
desobedeciendo el mandato de Dios, con el resultado de que al llegar por fin el
profeta Samuel, le comunica el duro mensaje que por actuar de esta forma, Dios
ha decidido no hacer su reino duradero y dar su trono a otro hombre. ¿Y qué hay
de nosotros? Yo mismo, mis queridos, y
lo digo con dolor y vergüenza, en no pocas oportunidades he fallado en mi
espera, y he buscado mis propios modos de apurar los propósitos de Dios, buscar
mis propias soluciones a la vida, con el único resultado de complicar aún más
las cosas y alargar más la dolorosa espera.
¿HAY ESPERANZA?: Pero, entonces, dirá
Ud.: ¿Hay esperanza? ¿hay alguna manera de poder resistir a estos muchas veces
largos e hirientes tiempos de espera? No quiero dejarle sin esperanza, y es por
eso que quiero darle ahora algunas sugerencias respecto a cómo enfrentar la
espera que muchas veces desespera y se transforma en “tormento del corazón”.
EL DIOS ESCONDIDO: Es cierto que, en
los tiempos de espera, Dios parece muchas veces estar ausente, escondido, ajeno
a nuestro clamor. El “Dios escondido”, a este Dios que parece estar ausente
para nosotros, incluso cuando más lo necesitamos. Pero, en realidad, diríamos Dios
se esconde únicamente para que le busquemos, para estirar nuestra fe.
SER HONESTOS CON DIOS: En segundo
lugar, le propongo ser totalmente honesto con Dios, brutalmente honesto, si se
quiere, en sus difíciles tiempos de espera. Me costó mucho tiempo entender que
Dios, cuánto más en estos tiempos de dura espera, quería que yo le abriera mi
corazón y le expresara con toda honestidad cómo me sentía, que le hablara de mi
frustración, de mi decepción, incluso con él mismo. Muchas veces como
evangélicos se nos ha enseñado que la queja no agrada a Dios, que no importa lo
que padezcamos, suframos debemos siempre decir lo que es “cristianamente
correcto”. Pero, sabe, actuar así no es ni sano para su salud física, mental y
espiritual, ni tampoco agrada a Dios. Vemos en el libro de Job que Dios nunca
reprendió a Job por expresar abiertamente su pena, su amargura, incluso decir
miles de disparates desde el dolor que le desbordaba, pero sí censuró a sus
amigos a pesar de toda la corrección de sus discursos y de intentar defender a
Dios. Por otra parte, Dios tampoco reprendió ni censuró a Elías por pedirle le
quitara la vida en medio de su frustración, ni se escandalizó con Jeremías por
maldecir el día en que nació, agobiado por la aflicción. Somos nosotros los que
nos escandalizamos, no Dios. Dios puede con lo que decimos desde el dolor.
ACEPTE EL MISTERIO Y LA CONDICIÓN CAÍDA DE
ESTE MUNDO: Acepte el misterio y la condición caída y dañada de este
mundo. Vivimos en un mundo caído, afectado por el pecado, en donde todas las
relaciones están dañadas. Este mundo no será jamás lo que anhelamos que sea, no
es el cielo. Por lo tanto, la naturaleza está dañada, las relaciones humanas
están dañadas, nuestros cuerpos están dañados, la política está dañada. Esto
significa que el dolor, la frustración, las enfermedades serán siempre parte de
esta vida. Por supuesto, no estoy diciendo que tengamos que resignarnos a los
males de la vida, ni mucho menos, pero sí estoy diciendo que esta es la
consecuencia real de vivir en un mundo caído. Acepte también que hay muchísimas
cosas que jamás tendrán respuesta en esta vida, y que jamás llegaremos a
comprender, y que quedarán dentro de la dimensión del misterio de la voluntad
de Dios. ¿Por qué sigo lidiando con está dolorosa enfermedad, si le he pedido
con tanta intensidad a Dios me la quite? ¿Por qué mi ser querido tuvo que
fallecer a pesar de que no dejé de orar por él, y le necesitaba tanto? ¿Por qué
tengo un mal matrimonio si he dado todo lo humanamente posible por esta
relación? Algún día cuando estemos en la presencia de Dios, llegaremos a
entender todas las cosas. Pero, aunque no las podamos entender ahora mismo, sí
debemos entender y creer por fe que ninguna de ellas escapa a la soberanía de
Dios, que, en las manos de nuestro Dios de amor, ningún dolor se pierde, porque
“todas nuestras lágrimas -dice el Salmo 56, 8-, están guardadas en su redoma”.
Y él tiene propósitos en nuestras vidas, aun en aquellos terribles y
asfixiantes tiempos de aridez, de desierto, de hiriente espera. Busque a Dios
con persistencia, con intensidad, siga llamando, siga golpeando a la puerta, no
sé de por vencido, no baje los brazos, no se rinda, siga esperando en él. El
Salmo 130, 5-6, dice: “Esperé yo al Señor, esperó mi alma; en su palabra he
esperado. Mi alma espera al Señor más que los centinelas a la mañana, más que
los vigilantes a la mañana”. Dios no le defraudará, Dios es un Padre
amantísimo, y le ama profundamente.
CUANDO EL ENEMIGO GANA Y NOS DERROTA:
El no gana cuando expresamos nuestra queja ante Dios, cuando le gritamos
nuestro dolor, cuando nos asaltan dudas, cuando nos sentimos débiles, cansados,
frustrados. No, el enemigo de nuestras almas consigue su objetivo y gana cuando
en medio de la espera nos hace decir: “Hasta aquí llego, esto del cristianismo
no es para mí”. “Me fallaste, Dios, no estuviste para mí cuando más lo
necesité, dejaré entonces de buscarte, de presentar mi súplica delante de ti,
dejaré de congregarme, me olvido de ti”.
FORMANDO EL CARÁCTER: Recuerde, son
en los tiempos de larga espera, de espera hiriente, las temporadas de árido
desierto, los largos valles en donde Dios forja en nosotros un carácter
probado, de resiliencia, en donde nuestra fe se acrecienta, donde nuestra
visión se aclara, y donde llegamos a relacionarnos de un modo más cercano y
profundo con el Dios en el que decimos creer. Solo una vez que Job atravesó
todo ese tiempo de espera, pudo llegar a decir: “De oídas te había oído; mas
ahora mis ojos te ven” (32, 5). Con cuanta verdad escribió el pastor y escritor
W. A. Tozer aquello de: “Difícilmente Dios pueda usar grandemente a una persona
a la que no haya herido antes profundamente”. Termino con este pensamiento:
Corrie ten Boom, una mujer cristiana holandesa, que con toda su familia durante
la Segunda Guerra mundial fue llevada a un campo de concentración nazi por
haber escondido a judíos en su casa, siendo ella finalmente la única
sobreviviente de ese infierno, gustaba repetir un poema que aprendió
precisamente en uno de los campos de concentración de parte de una compañera
que lo había perdido todo. Y que creo que nos enseña cómo enfrentar aquellas
duras etapas de nuestra vida de espera, desierto, dolor, aflicción, pérdidas,
sequedad, a las que muchas veces no le vemos ningún sentido, y que se
transforman en “tormentos del corazón”.
Mi vida es como un tapiz trabajado entre Dios y yo.
Yo no escojo los colores. Él trabaja incansablemente. A veces trabaja con el
dolor, y yo, con orgullo vano, me olvido de que Él ve el derecho del tapiz y yo
sólo el revés. Sólo cuando el telar se silencie y las agujas dejen de cruzarse,
Dios desenrollará el tapiz y explicará la razón de Su diseño: los hilos oscuros
eran tan necesarios en las manos del Experto Tejedor como lo eran los hilos de
oro y plata para embellecer el tapiz que Él había diseñado. Cada situación que
Dios permite que vivamos, cada persona que Él pone en nuestras vidas, constituye
la preparación misteriosa y perfecta para el futuro que solamente Él es capaz
de ver.
POR: JOSE LUIS AVEDAÑO
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